domingo, 23 de mayo de 2021

Un mar de velas

 

Celebrando ochenta años

Resincronizando nuestras vidas

Contigo actuando sobre un escenario

Millones y millones de caras a tus pies

Todos los públicos de todos tus conciertos

Congregados para encender ante ti

Un mar de velas

Viéndonos arder

Sabiendo que

Aunque todas las distancias no estén cerca

Te recordaremos

Cuando hayamos olvidado todo lo demás


 

martes, 30 de julio de 2019

Presente (XXX) RTR 75 / 19



       Soy consciente de haber escrito hace ya mucho tiempo que después del verano del 67 -los días de Big Pink- no volví a tener contacto directo con Dylan. Disfrazar la realidad para incrementar el patetismo es una opción acreditada por milenios de historia literaria y un recurso de gran eficacia en el terreno del documental y sus afluentes, tal como nos acaba de demostrar Scorsese en su “alchemic mix of fact and fantasy” difundida a través de Netflix. Con todo, a fin de cuentas, “rolling thunder” es una imagen que para los nativos norteamericanos significa “decir la verdad”, y a Dylan le encantó saberlo -según ha contado Larry Sloman-. Ahora, 2019, yo quiero contar la mía como integrante de aquella caravana hecha de música, atribuyéndome esa misma libertad para imbricar lo vivido y lo soñado, el ideal y la memoria, lo que pasó y lo que pudo haber sido.

       Esta primavera, mientras los medios se iban llenando de imágenes de colores inventados -la del cartel de Netflix, las que vendrían a componer el booklet de la colección de CDs de la RTR, y tantas otras-, lo que hice a la espera de que llegara el mes de junio para conocer lo que Scorsese y las Booglet Series habían hecho con ese fragmento de pasado compartido con Dylan fue volver a releer, una y otra vez, aquel cuaderno de tapas marrones que él me había regalado en 1967, cuando instalé mi caravana durante unos meses a las puertas de Big Pink. Para decirme adiós, en la última página había escrito una especie de bienvenida anticipada, rodeándola de cuatro esquemáticos y a la vez proféticos dibujos. Sonrío al mirarlos esta tarde, mientras escucho cómo This Wheel's On Fire se enlaza con Hurricane y luego con All Along The Watchtower en la cuarta toma del segundo disco de los recién publicados The RTR: The 1975 Live Recordings, que recoge parte de lo ensayado el 21 de octubre de aquel año en los Studio Instrument Rentals de Nueva York. La voz de Dylan, suturando pasado(s) y presente(s) con el hilo del violín de Scarlet Rivera, hace cicatrizar una vez más las heridas del tiempo.
     
If your mem'ry serves you well,
we were goin’ to meet again and wait ...




martes, 16 de julio de 2019

Presente (XXIX) - RTR 75 / 19



    
   Durante la primavera de este año, los medios comenzaron a anunciar profusamente la aparición de nuevos y reveladores materiales sobre una de las etapas más magnetizantes en la historia de las giras dylanianas: la de la Rolling Thunder Revue. El 7 de junio se pondría a la venta una colección de 14 CDs titulada RTR. The 1975 Live Recordings, y cinco días después Netflix estrenaría lo que se publicitaba como un documental sobre la gira dirigido por Martin Scorsese. El cartel reproducía una de las fotos más emblemáticas de Dylan -su favorita (en blanco y negro), afirmó en una ocasión-, la que le hiciera Ken Regan en perfil de tres cuartos enmarcando sus ojos insondables entre un sombrero con el ala cubierta de flores y un pañuelo que sugiere el movimiento de quien, al caminar, escucha su nombre -quizá otro- y vuelve la cabeza buscando el origen de la voz. El cartel de Netflix había imprimido a la imagen un rotación desconcertante y coloreaba las flores y el pañuelo con intensos tonos de acuarela. Bajo el título, siete palabras definían certeramente el contenido de la película: “A BOB DYLAN STORY BY MARTIN SCORSESE”, todo el mayúsculas, los dos nombres gravitando en torno al concepto central. La rotación del perfil de Dylan, los colores sobrepuestos a los tonos grisáceos de la foto y la preeminencia de la palabra “story” podrían servir como indicios alertadores ante cierto tipo de expectativas, cabría pensar a posteriori. Pero plantearse interpretar la carga simbólica de los ingredientes de ese cartel al contemplarlo por primera vez habría requerido algo que me está negado: permanecer invulnerable ante la sugestiva belleza de la imagen, ese rostro suspendido en el tiempo, mirándote a los ojos como para disuadirte de seguirle o para invitarte a hacerlo.

Yo no puedo serle inmune, porque hace ya mucho que acepté esa invitación de Dylan. En noviembre de 1975 me uní a la Rolling Thunder Revue. Ahora, casi cuarenta y cuatro años después, también a mí me ha llegado el momento de volver a conjurar aquella magia.






miércoles, 20 de diciembre de 2017

Caravana (18) Agosto en Navidad





       - Primero entra por la ventana como un soplo de viento, casi no te das cuenta hasta que te alborota el pelo. Entonces levantas la cabeza del teclado y ves tu reflejo en el cristal, te miras e intentas componer un amago de sonrisa. Coges un lápiz y observas tus dedos rodeándolo, le vas dando vueltas intentando entender cómo ese viento incide en tu interior. Escribes palabras sueltas, claves de acordes aéreos -o eso es lo que crees, quizá sólo lo que pensarás más tarde...-. Desde el sótano suben las notas del bajo de Rick mezcladas con armonías recién inventadas por Garth y con la risa de Dylan. Intentas atraparlo todo: ese aire, la ventana abierta, tu reflejo y lo casual de unos sonidos y una alegría libres de propósito, empastarlos con esa melodía que llevas persiguiendo durante todo el verano... Y entonces el viento cierra de golpe la ventana, y te asusta, y el lápiz cae a tus pies. Cuando levantas de nuevo la cabeza, sabes que todo eso tendrá que ver con una canción que hable de lágrimas... Y compruebas que ya se ha ido.

       Richard me lo cuenta sentado ante el volante de mi caravana, mirando por el parabrisas como si condujera entre la nieve. Cuando voy a preguntarle por esa ausencia, él pone fin a su relato con tres palabras tristes y cortas, una despedida extemporánea que musita mientras enciende un cigarro:

       - Feliz Navidad, Nar.

       Estamos en pleno agosto, y él me sonríe como si supiera que ya no viviremos en Big Pink al acabar el año, porque para entonces el milagro del sótano también habrá terminado.






miércoles, 18 de octubre de 2017

Presente (XIX) The Basement Tapes : 42 Years Joven



   
Bob Dylan & The Band

THE BASEMENT TAPES

(Columbia)

Released June 26, 1975


Side 1: Odds And Ends; Orange Juice Blues (Blues for Breakfast); Million Dollar Bash; Yazoo Street Scandal; Going To Acapulco; Katie's Been Gone.
Side 2: Lo! And Behold; Bessie Smith; Clothes Line Saga; Apple Suckling Tree; Please Mrs. Henry; Tears Of Rage.
Side 3: Too Much Of Nothing; Yea! Heavy And A Bottle Of Bread; Ain't No More Cane; Crash On The Levee (Down In The Flood); Ruben Remus; Tiny Montgomery.
Side 4: You Ain't Goin' Nowhere; Don't Ya Tell Henry; Nothing Was Delivered;  Open The Door, Homer; Long Distance Operator; This Wheel's On Fire.


LINER NOTES



“Beneath the easy rolling surface of The Basement Tapes, there is some serious business going on. What was taking shape, as Dylan and The Band fiddled with the tunes, was less a style than a spirit -- a spirit that had to do with a delight in friendship and invention.


[...] The Basement Tapes are a testing and a discovery of roots and memory; it might be why The Basement Tapes are, if anything, more compelling today than when they were first made [...]”



Greil Marcus
  
Bob Dylan -- Acoustic Guitar, Piano & Vocals
Robbie Robertson -- Electric Guitar, Acoustic Guitar, Drums & Vocals
Richard Manuel -- Piano, Drums, Harmonica & Vocals
Rick Danko -- Electric Bass, Mandolin & Vocals
Garth Hudson -- Organ, Clavinette, Accordion, Tenor Sax & Piano
Levon Helm -- Drums, Mandolin, Electric Bass & Vocals

Recorded in the basement of Big Pink, West Saugerties, NY., 1967
Recording Engineer -- Garth Hudson
Mixing Engineers -- Rob Fraboni, Nat Jeffrey, Ed Anderson & Mark Aglietti
Mixed at Village Recorders & Shangri-La Studios
Mastering Engineer -- George Horn
Photography -- Reid Miles
Design Consultant -- Bob Cato
Compiled by Robbie Robertson
Produced by Bob Dylan & The Band






Presente (XX) On Tour - Salt Lake City







      He tenido que llegar a esta ciudad con nombre de lago salado y doble silueta de edificios recortados sobre un fondo montañoso tallado de cañones para reconectar con el deseo que me impulsó a emprender este relato hace ya tres años. Y es que el concierto de Dylan anoche en el Eccles Theater tuvo algo de película onírica, de film como de otro tiempo montado sobre una banda sonora consabida, pespunteada por la multitud de pequeñas luces que brillaban como estrellas sobre la platea. Fui yo quien añadió a su trama la sorpresa final.

      Había comprado una entrada en el sector central de la primera fila, justo un poco a la izquierda del piano, para poder volver a ver cómo, una noche más, Dylan se parapeta tras él como envuelto por un manto de cristal. Y también para intentar conseguir, con un poco de suerte, fotografiarle un gesto insólito. Esperé al segundo bis, y al comenzar a sonar Ballad Of A Thin Man abrí la bolsa cuyo contenido había provocado asombro en el control de seguridad de la entrada. En la cuarta estrofa, me puse la chistera.

      Varias voces se quejaron a mi espalda, pero logré permanecer inmóvil hasta que, al acercarse al centro del escenario para el saludo final, Dylan reparó en mí. Hubiera sido el momento perfecto para disparar la foto perfecta, ese instante de tiempo detenido y condensado en una expresión de estupor que nos retrotrajo a los dos a aquella noche del verano del 67 en la que una apuesta bíblica hizo que yo le ganase este sombrero negro de copa alta. Entonces Dylan me llamó inocente, y también idiota. Ignoro lo que pensaría anoche al reconocerme con aquel trofeo antiguo en la cabeza. Cuando comenzaba a levantarlo en un gesto de saludo, él ya se había dado media vuelta para salir de escena. Ni siquiera llegué a sacar la cámara.



      Las imágenes perfectas jamás llegan a ser capturadas, no con la mediación de instrumento alguno, pero se nos quedan tatuadas tras los párpados. Como la voz de Dylan.



     Esta noche volveré al Eccles Theater para asistir a su segundo concierto en Salt Lake City, esta vez desde el primer palco de la izquierda. Antes intentaré hacerle llegar un mensaje, quizá también sus flores favoritas.



Oh, what a lonely soul am I,
Stranded high and dry
By a melancholy mood




jueves, 8 de junio de 2017

Caravana (17) Julio 1967






       La luz del sol espejea en el interior de mi caravana y me va despertando de un sueño de libros y ballenas sobre fondo de piano. Anoche me dormí mirando la caja, sin atreverme a abrirla. Aquí sigue, a mis pies, redonda y cerrada como una pregunta perfecta. Sin llegar a formularla, la respuesta resuena en el interior de mi cabeza: “Has deseado algo cuyo contenido ignoras, Nar”.

       Preparo café y coloco la caja sobre la mesa. Me doy cuenta de que la vacuidad de mi deseo ha concretado su cumplimiento en una amenaza: “Está vivo, y muerde”, me había advertido Dylan. Su rabia al perder la apuesta se asemejaba en algo a mi desconcierto, multiplicado ahora por su eco y por cada uno de los minutos que van transcurriendo sin lograr infundirme el ánimo indispensable para asumir el desenlace.

       Me fumo el sexto cigarro y acaricio la tapa redonda antes de levantarla. Al hacerlo, veo mi imagen reflejada en su espejo interior y, en el vientre circular, una chistera. Negra, usada, boca arriba. “Eres más inocente de lo que pensaba”, me había dicho Dylan. “¿Qué esperabas, idiota?”, añadiría ahora ante la perplejidad muda de mi constatación.

       - ¿Se puede?

       La risueña voz de Rick llamando a la puerta de la caravana viene a sacarme del ensimismamiento. En un acto reflejo, cierro la caja antes de contestar.

      - Pasa.
    - Buenos días, Nar. ¿Te apetece entrar a desayunar con nosotros? Garth ha preparado un montón de cosas para que nos repongamos del resacón. ¡Vaya nochecita, joder!
     - ¡Y que lo digas...! No sé, ya he tomado un par de cafés y no tengo nada de hambre, pero gracias igual por...

       Rick interrumpe mi frase, acercándose con una carcajada.

    - ¡Qué tenemos aquí! ¡La caja de la discordia! Menudo mosqueo se cogió Dylan cuando...
       - ¡No la abras! -me escucho decir con voz despótica.
      - Vale, vale, no te pongas así… Además ya sé lo que contiene esa sombrerera, la he abierto cien veces.
       - ¿Cómo has dicho?
       - Som-bre-re-ra. ¿Por qué pones esa cara?
       - Nada... Había entendido otra cosa. Olvídalo.

      Rick me mira desde muy cerca durante unos segundos, y luego sonríe y saca de uno de los bolsillos de su pantalón una hoja arrugada y partida en dos.

      - Venía también a traerte esto, he pensado que te gustaría tenerlo. Fue un marronazo tener que hacerme cargo de vuestros deseos, ¿sabes? -dice mientras va desplegando los papeles.

      Enseguida reconozco la hoja en la que Dylan había escrito lo que quería recibir de mí en caso de ganar la apuesta. Antes de pensarlo, estoy arrancando sus dos fragmentos de la mano de Rick. Luego los meto en mi caja, que ahora ya tiene un nombre como el de cualquiera: unas cuantas letras en un salvoconducto para el territorio de lo racional, pienso mientras lo despido.

       -Gracias, tío. Y ahora vete, por favor.

       Rick baja la cabeza y, dándome la espalda, dice en voz baja:

      - Me imagino que te jode bastante haber cabreado tanto a Dylan y a lo mejor no poder volver a pisar el sótano, total para ganarle una caja vieja con un sombrero dentro... Bueno, ahora ya la tienes, y además estos papelorios. Léelos y llora, como decimos jugando al póker. Y luego mejor lo tiras todo, lo que ha pasado te seguirá jodiendo igual. Cuando algo duele mucho, Nar, da lo mismo lo que hagas: no hay diferencia.

      Cuando Rick se marcha, cojo la sombrerera y me siento en las escaleras de la caravana colocándola a mi izquierda. Enciendo un cigarro. Luego la abro. Me pongo la chistera, y al final leo esa única palabra que Dylan escribió para concretar su deseo y a la vez aplacar su furia. Seis letras, seis cuerdas que estuvo tocando para mí aquí mismo, hace sólo unos días:

Ibanez