miércoles, 24 de diciembre de 2014

Back Pages - Cuaderno marrón - Bright Summer Night 1967



          Veo una luz venir brillando

          desde el verano hacia el invierno.


          Estar aquí y entonces

          tras las décadas y ahora

          compartiendo el brillo de una estrella.






martes, 16 de diciembre de 2014

Back Pages - Cuaderno marrón (d) Comienzos de junio 1967



 
Hay cosas de las que no se habla,
y otras
de las que se habla sin ser cosas ...

Esa caravana instalada en la parte trasera de la casa
- a la hora que llego el sol le da justo encima

y la veo brillar

y me quedo un rato mirándola
       (los ojos, entrecerrados) 
 
y sé que hay alguien dentro
         a quien todavía no conozco

                                     :

la caravana
como una metáfora de mí mismo
en estos días de primavera
en los que la Olivetti se me acompasa
con ritmos antiguos

-sí, estoy pensando en términos de ritmo, también, estos días-

y a la vez
con un torrente verde espiga
del que van brotando
la alegría, la reacción,
la complicidad de una banda
que es yo antes y yo ahora


Si lo hablamos,
o mejor si conseguimos tocarlo juntos,
quizá
lo que todavía no conozco
se nos podría unir cualquier tarde,
en el sótano


¿Quién habita esa "caravana metafórica"?

            ( almohadas psicodélicas :
              ¿ por qué el surrealismo habría de ser
                patrimonio de un único bando ? )


¡Habla conmigo, Nar !
- ellos me han contado que tienes este nombre
como de bufón de Shakespeare ...

  Ahora me gustaría saber a qué suena tu voz .







martes, 9 de diciembre de 2014

Caravana (6) Comienzos de junio 1967




 

     Regreso junto a la caravana y Richard sigue sentado en los escalones, terminando su café. Me sonríe, no pregunta dónde he estado, pero de alguna manera yo se lo explico al responder a la cuestión que se había planteado a sí mismo un rato antes, incluyendo en la respuesta un recordatorio de mi espera:

     - He estado pensando que quizá me has contado lo de “Upstairs, Downstairs” sólo porque quieres compartirlo con alguien no "de dentro", porque te interesa mi perspectiva "externa". Todavía no he podido bajar con vosotros al sótano, así que no tengo grabada esa imagen tuya, tan obsesiva que hasta te la llevas a los sueños, de Dylan en la escalera bajando/subiendo/bajando ...
      - Vale. Ya sabes que yo les comenté hace días la idea de que alguna tarde te sentaras en el sótano a vernos tocar -porque escucharnos ya lo haces, desde fuera, lo sabemos-; no es culpa mía que hasta ahora no se lo hayan vuelto a plantear ... Pero yo no te estoy hablando de deseos puestos en manos ajenas -culpa tuya, Nar-, sino de una imagen de la incertidumbre -no sé si lo pillas- que tiene que ver con la que estoy sintiendo al intentar componer esa canción ...
      - ¿Y tu inseguridad está más en la letra o en la música?
     - Bueno, yo he hablado de incertidumbre, que es una palabra mucho más sugerente que la tuya ... Pero es la letra lo que me tiene más colgado ... Los acordes los tengo claros, ya verás.
 
    De un salto se mete en la caravana y sale con una de mis guitarras entre las manos. Toca cinco acordes, salmodiando palabras inconexas sobre una melodía descendente que recupera la verticalidad del ascenso mediante agudos en los que su voz arde. Al terminar, nos quedamos en silencio. Lo rompe él:
 
    - A partir de ahora, Nar, vendré a tu caravana todos los miércoles a las 9:30 para seguir comentando contigo este asunto -dice poniéndome una mano sobre el hombro, muy serio.
       - No me lo creo, Richard.
       - Haces bien.
 
      Se levanta, deja su tazón de café ya vacío en el último escalón y se marcha en dirección al bosque, diciéndome adiós con la mano. Lo miro alejarse, descalzo, sabiendo que acabo de escuchar la fotografía inexistente de una leyenda: con mis oídos, con mis ojos, con mi mitomanía anticipatoria .-.-.-
 
                  If you find me in a gloom or catch me in a dream
                                                                        .-.-.-



jueves, 4 de diciembre de 2014

Caravana (5) Comienzos de junio 1967



  

    - "Ayer me quedé a dormir en el sótano, ¿sabes? Había habido una especial buena onda, muy buenas vibras durante la sesión de la tarde -el micrófono de la voz de la conciencia conectado y una luz como de regalo del cielo por su cumpleaños-. Pensé que a lo mejor las podía reincorporar dormido ...
      ... Y ahí, en el sofá del sótano, he soñado, ¿sabes? Y en el sueño volvía a ver a Dylan como lo veo tantos días -de pie en la escalera, ahí, como suspendido entre niveles, como mirando algo que nadie más fuera capaz de ver ...
      ... Pero también lo veía como dentro de una canción, o de la idea de una canción, y esto ya es más difícil de explicar ... Voy a intentarlo, de todos modos.
      Llevo semanas dándole vueltas a un tema: "Downstairs, Upstairs", o al revés, "Upstairs, Downstairs". Va de que cuando ves a Dylan en la escalera del sótano no tienes modo de saber si sube o baja. A veces hace las dos cosas a la vez (te lo juro, lo comentó también Garth el otro día). Y en ese trance el tío suele llevar en la mano algún papel, a veces muchos, y de ahí durante las sesiones van saliendo historias y sonidos que nos alucinan a todos, empezando por él. Yo quiero hacer una canción con todo eso, ¿sabes? Y la voy haciendo, aunque me cuesta. A lo mejor por eso aún no lo he hablado con nadie, ni siquiera con Rick. No sé qué coño hago contándotelo a ti aquí, a estas horas, cuando todavía ni siquiera me despertado del todo del sueño ...” .
 
      Richard me lo está contando a la mañana siguiente, sentados en los escalones de la caravana empuñando tazones de café y algo de fumar en las manos libres. De pronto deja de hablar, se queda mirando a lo lejos, y es como si se hubiera ido.

      Me levanto despacio, lo dejo solo un rato.



miércoles, 26 de noviembre de 2014

Presente (V)




    Estaba esperando. Estuve esperando varios días, muchos, no sé cuántos. Desde mi caravana les veía entrar y salir de la casa, abrir las ventanas a mediodía y encender las luces al caer la tarde. Dylan llegaba en su coche y casi siempre se quedaba un buen rato en el cuarto de estar, escribiendo a máquina. Luego bajaba al sótano con los demás y yo les escuchaba tocar desde el exterior, sentándome bajo las ventanas de la parte derecha de la casa. El sonido que salía a través de ellas tenía el aliento de un ser vivo, el olor de una planta bajo el agua y el fluir de esos pasos de baile ejecutados hacia adelante, hacia atrás y en lateral. Cinco músicos disfrutando juntos su mayor conquista: detener el tiempo. Nada más, nadie más; sólo yo, invisible al otro lado, escuchando y esperando.

      Ahora, casi cinco décadas después, me coloco de este lado para contarlo. La memoria de la expectación ilusionada de aquellos días me devuelve una sensación de vida que se ha ido difuminando con el paso de los años y lo ineludible de las pérdidas. Sobre mi escritorio, el cuaderno marrón que Dylan me regaló la última vez que lo vi en Big Pink. Lo abro al azar -una hoja doblada, sólo dos líneas separadas por un abismo de página en blanco:

                    I know it because it was there.
 
               But I'm not there, I'm gone ...
 
 
 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Caravana (4) Mayo 1967




      Estoy escribiendo al sol, sobre la mesa que he colocado delante de la caravana. Intento terminar un artículo sobre el festival de Monterey: se acerca la fecha y todo el mundo especula sobre presencias y ausencias, previsiones de público y rumores varios, y la revista para la que trabajo me urge a entregar un texto que desvele todo lo posible al respecto. Haré lo que pueda; y si todo va bien por aquí, en Big Pink, quizá vuelva a cruzar el país una vez más en esta caravana para llegar a California a mediados de junio. Sería estupendo reencontrar a Janis allí.

     Levanto la vista de los papeles y veo llegar a Richard y a Garth cargados con paquetes y quinientas bolsas. Me saludan cuando ya vienen subiendo la pequeña cuesta que conduce a la entrada de la casa.
      - Hola, Nar. ¿En qué andas? -pregunta Garth, casi sin resuello.
    - Aquí, escribiendo. Aunque debería hacer como vosotros y bajar a la compra, porque me he quedado hasta sin café... -contesto apresuradamente, sin saber bien qué decir.
     - ¡Pues, si quieres, ven y pilla del nuestro, hemos traído un par de kilos! -grita Richard, mientras se pelea con los paquetes intentando abrir la puerta.
     - ¡No me lo digas dos veces! -respondo levantándome de un respingo.

      Les sigo al interior de la casa. Es la primera vez que entro, y noto que me tiemblan las piernas. Van dejando la carga repartida por el cuarto de estar, sobre los sofás y encima de la mesa situada ante el gran ventanal que mira hacia el bosque. Me llama la atención verla cubierta de papeles de diversos colores -algunos con notas manuscritas, otros mecanografiados-, entre ceniceros llenos y vacíos y unas cuantas armónicas, una de ellas dentro de su funda: un collage bajo el que imagino la firma de Dylan.
     - ¡Joder, cuántas cosas! Las botellas se pueden quedar por aquí, la comida mejor la ponemos en la cocina -propone Richard.
    Les ayudo a llevar hasta allí algunas bolsas, y por el camino voy anotando mentalmente detalles del interior: un perchero lleno de chaquetas, pañuelos y sombreros; guitarras y botas esparcidas por el suelo; espejos y dibujos de diferentes tamaños colgados en las paredes del pasillo, en el que veo varias puertas, alguna de ellas abierta. Ya en la cocina, lo primero que me sorprende es la sensación de „pulcritud“ -al tiempo que me choca que se me haya ocurrido pensar en una palabra tan rebuscada-. Quizá por eso hago un comentario idiota:
      - ¡Ni un plato sucio! Tendríais que ver el fregadero de mi caravana... ¿Cómo lo hacéis, siendo tantos?
      - Bueno, yo me ocupo de eso -murmura Garth, mientras va metiendo algunos cartones de leche en la nevera.
      - Y los demás colaboramos en lo que podemos para que esta cocina no parezca un puto quirófano, ¿a que sí, tío? -dice Richard, con una carcajada.
      - Cada uno aporta lo suyo -apuntilla Garth, mientras se marcha.

     Nos hemos quedado solos, y Richard me ofrece una cerveza mezclada con un bourbon y con una pregunta indirecta:
      - Rick nos ha comentado que te gustaría bajar alguna tarde al sótano a oírnos tocar.
   - Bueno, lo dejé caer por si colaba, y él propuso preguntaros qué os parece la idea...
    - Y lo ha hecho, creo que a él le mola. Yo también dije que vale -casi no te conozco, pero me caes bien-. Robbie se calló, y Garth no estaba. Dylan hizo dos o tres preguntas al respecto, y luego cambió de tema, ya sabes...
     - O sea, que...
  - O sea, que aunque Big Pink no es exactamente una república democrática, las decisiones las solemos tomar en común, de manera que habrá que tener calma. Esto se va moviendo cada día, ¿sabes?, cada vez nos lo pasamos mejor, y no sé si todos están dispuestos a compartir eso con el pájaro raro que tenemos anidando en una caravana de la hostia aparcada detrás de la casa.
   - Bueno, a veces los pájaros raros acaban volando todos en la misma dirección. Y ya que hablamos de lo raro..., ¿te puedo preguntar una cosa?
     - Dispara.
     - ¿Qué es eso que llevas colgado al cuello? Se parece mucho a esto mío, mira...
     - Mmm... Mejor lo hablamos otro día.
     - Vale, ya lo pillo. Me voy.

      Apuro el bourbon y salgo de la cocina. Él se queda terminando el suyo. Al recorrer el pasillo hacia la salida, me detengo ante la puerta que lleva al sótano. Está entreabierta. Veo una escalera descendente bastante empinada, algo de luz al fondo. No sé cuánto tiempo he pasado mirando aquello cuando escucho la voz de Richard, a mi derecha:
    - Estamos calentando motores, Nar. Tendrás que esperar, pero valdrá la pena.

      Seguro que sí. Estoy esperando.





miércoles, 12 de noviembre de 2014

Caravana (3) Mayo 1967



 


Al regresar de uno de mis habituales paseos hasta el arroyo, encuentro a Rick sentado en la escalera de la caravana. Está cantando una canción que no conozco, no me ha oído llegar y yo espero a que termine para empezar a aplaudir.

- ¡Bravo!
- Hola, Nar. Me he venido aquí un rato con la guitarra, me gusta ver cómo da el sol a estas horas en la parte de atrás de la casa. Ya me iba ...

Le ofrezco un café, y cuando entro a prepararlo me sigue y se queda de pie junto a las estanterías, curioseando. Ha dejado su guitarra al sol.

- Mucho papel para un sitio tan pequeño -comenta.
- Bueno, es mi mundo. Los músicos vivís entre instrumentos, y quienes escribimos tendemos a acumular libros y cuadernos. Será porque nos gusta rodearnos de objetos con los que podamos llevarnos bien.
- Sí, supongo, aunque eso a veces hay que currárselo. Ayer bajamos la batería y el piano, ocupaban mucho espacio arriba, y además le estamos cogiendo el gusto a tocar en el sótano, aunque lo tenga todo en contra para sonar bien: paredes de bloques de hormigón y suelo de cemento, el lote completo de un puto garaje, más una caldera de acero que hace un ruido de la hostia. Se nos ha ocurrido poner una alfombra, por probar. Si no sirve de nada, por lo menos hará que Hamlet se sienta más cómodo, como dice Dylan.
- Tengo la impresión de que últimamente está viniendo a veros cada vez con más frecuencia.
- Sí, es verdad, dice que le gusta esta casa rosa y en lo que la estamos convirtiendo... Además, tocar juntos en la suya resulta más complicado, sobre todo con los niños alrededor.
- ¿Crees que podría bajar a escucharos algún rato? Suelo hacerlo desde el exterior, pero sería estupendo sentarme alguna tarde en una esquina del sótano...
- Por mí no hay problema, pero no sé qué dirían Dylan y Robbie. Si quieres, les puedo preguntar.
- No sabes cuánto te lo agradecería. Prometo no molestar.
- Ya te diré algo. Ahora me piro. Gracias por el café.
- Oye, ¿qué es lo que estabas tocando cuando llegué?
- Una canción a la que ando dándole vueltas, no está terminada. Tiene que ver con el cansancio de esperar, o algo así. ¿Te ha gustado?
- Mucho, Rick. Yo sé bien qué es la impaciencia.
Me dices algo pronto, ¿vale?










jueves, 6 de noviembre de 2014

Presente (IV) – Cifras, pájaros





 
                                                            Lo que habría de venir
                                                                     ya ha llegado.

En esas diez palabras que Dylan dejó anotadas en su cuaderno aquel primer martes de abril del 67 quedaba formulada una intuición cuyas esquinas se han ido redondeando con el paso de los años.

Ahora, diecisiete mil trescientos ochenta días después, en una fecha capicúa de cuatros y de unos, una colección de ciento treinta y ocho canciones nos alcanza como una bandada de aves de otro mundo que iniciaron su vuelo ajenas al destino, a cualquier meta. Algunas se quedaron por el camino, otras quizá lleguen más tarde.

De una en una, brillan; todas juntas, resplandecen.

Desde la ausencia de propósito, Dylan presagió que esa alegría de canciones interpretadas en corro, aquel ambiente de camaradas y bosques ajenos al aplauso y a la prisa darían también frutos futuros.

Como sus sueños y los míos.





martes, 4 de noviembre de 2014

domingo, 2 de noviembre de 2014

Back pages – Cuaderno marrón (b) : 2.4.1967, domingo




  
Hemos estado tocando más de dos horas.

Ríos,
colinas de México,
barcos balleneros,
Williams, Mayfield, Woody
- humo y botellas de seis colores;
improvisamos,
voy sugiriendo melodías
y ellos me siguen.

Nos divertimos.

No vamos a ninguna parte
- ni tú tampoco- ;
de todos modos,
esto va a seguir creciendo
en alguna dirección.

Ser fiel a uno mismo,
de eso se trata
- supongo.







jueves, 30 de octubre de 2014

Presente (III)




     



Al regresar del recital de Dylan, leo de nuevo ese primer fragmento del cuaderno de tapas marrones que me regaló al despedirse, y la fecha del uno de abril del 67 pone mi vida en perspectiva. La intuición se inflama en un fogonazo a cuya luz reconozco algo que me entristece.

     A lo largo de los años he ido siguiendo de cerca su carrera, he asistido a muchos de sus conciertos, he viajado por varios continentes al compás de sus giras, siempre con la rémora de estar escribiendo otros libros sin haber llegado a afrontar aquel que me esperaba germinando en la oscuridad de una maleta. Sin embargo, sólo ahora, después de haberle visto y escuchado sobrevolar la relativa frialdad de un escenario centroeuropeo en su actuación de esta noche, después de que su armónica me conmoviera como nunca antes -no más, sí distinto-; sólo ahora, cuando la idea de otra forma de despedida se superpone a la de aquélla vivida ante la puerta de mi caravana, multiplicando la gratitud sentida por aquel regalo escrito; sólo ahora, asumo escribir esto, atreverme a amalgamar sus textos con los míos, a tamizarlos con un catálogo de canciones-historias de adiós comenzado en el 67 y engrosado con los años.

      Decido recrear conversaciones y ambientes e inventarme una verdad de días felices asistiendo al prodigio que aquellos del verano del 67 propiciaron tantas tardes en un sótano, desde el que cuatro músicos cómplices miraban con impaciencia a Dylan en la escalera, subiéndola o bajándola, sentado a veces en un peldaño -la cabeza ladeada, un lápiz en una mano y un folio mecanografiado en la otra-, sabiendo que estaban compartiendo un tesoro.


martes, 28 de octubre de 2014

Back Pages - Cuaderno marrón (a) : 1.4.1967






El montaje de la película va progresando.
Será un documento para comer.
Por las mañanas,
discutir con Howard y Robbie qué significa eso
nos puede llevar horas.

Por las tardes, toco.
A veces Maria me acompaña con su pandero color chocolate;
a veces Jesee se me queda dormido junto al amplificador;
a veces Sara nos mira, acariciando su vientre redondo como una luna.

Pruebo acordes para poner a prueba mi voz.
Mi voz ahora, sin que nadie la escuche.
Manchester + la Triumph muriendo en Striebel Road
[defenderse atacando, luego desaparecer].
Sólo yo puedo oír eso, nadie más podría cantar desde ahí.
La oigo -mi voz-,
me escucho -algo ha cambiado, y no-.
¿Qué era diferente con la banda alrededor?
¿Cómo sería escucharnos juntos ahora?

Rick me ha contado que a ratos se aburren.
Howard los necesita cada vez menos,
dice que ya hemos rodado suficiente material
y que ahora debemos concentrarnos en el montaje
del documento comestible.

Tenemos tiempo.
Todos lo tenemos, y yo tengo además
ganas de volverme a escuchar rodeado.
Quiero saber qué ha cambiado, o si no.

Les voy a pedir que de vez en cuando
vengan a casa a tocar por las noches,
después de haber acostado a los niños.

En el Salón Rojo hay espacio,
cuatro y veinte ventanas,
un mueble bar
y un par de enchufes para lo que surja.
Se van a alegrar.

Hay una forma de echarse de menos
que consiste en querer saber
qué seríamos ahora (¿qué volveríamos a ser?)
junto a quienes una vez fueron parte de nosotros.

Mañana es domingo, buen día para empezar.

jueves, 23 de octubre de 2014

Presente (II)




Yo me había instalado en aquella caravana poco antes de comenzar la primavera del 67. La suerte y la buena relación con la propietaria de la casa -la misma señora simpática y confiada que le habló de ella a Rick mientras Richard y él todavía vivían en el motel de Woodstock, también de su propiedad, y que acabó por alquilársela- me permitieron asentarme a la sombra de Big Pink, en su parte trasera, cuando todavía no se llamaba así ni de ninguna otra forma, porque su nombre es su propia historia y ésta justo empezaba a escribirse por aquellos días. Mi intención -no conocida por nadie- era comenzar a redactar la biografía de Dylan, para la que llevaba un par de años recopilando materiales. Quería, además, hacerme con otros nuevos, actuales, para escribir sobre su vida durante ese período tan efervescente por aquel territorio de Woodstock y alrededores respecto al que él parecía estar ubicándose voluntariamente al margen.

     Fui acumulando esos materiales -intercalados con gran profusión de reflexiones personales y apuntes impresionistas, a veces banales, sobre la cotidianidad de aquella isla rosa en las montañas Catskill- en un cuaderno enorme cuyo contenido nunca llegaría a publicar, ya que poco después decidí terminar el primer volumen de la biografía con la fecha del accidente, julio del 66, y desde entonces todavía no he sido capaz de completar los siguientes. Durante décadas, ese voluminoso cuaderno -y también otro más pequeño, de tapa blanda, mezcla de diario y bitácora, en el que fueron surgiendo algunas historias sobre despedidas- compartió con el cuaderno marrón de Dylan la estrechez de una maleta exiliada en un desván húmedo y sin ventanas. Los guardé juntos -su regalo, mi memoria y el dolor de los adioses incompletos, los tres relictos del 67-, y con el paso del tiempo fueron brotando entre ellos tallos y raíces que los conectaron, que sin que yo llegara a saberlo de forma consciente los iban convirtiendo en ramas convergentes en un mismo tronco, mientras mi vida se iba desviando por derroteros que poco o nada tenían que ver con los sueños e ideales de quien durante el „verano del amor“ había ocupado aquella caravana para estar cerca de Dylan, el personaje que impulsaba muchos de ellos.

sábado, 18 de octubre de 2014

Caravana (2)



      

     Cuando su coche desaparece tras los árboles del camino, entro en la caravana y me preparo el desayuno, mientras observo el cuaderno cerrado sobre la mesa. Intento retardar el momento de comenzar la lectura, paladeando la incertidumbre sobre cuál pueda ser su contenido. No quiero hacer hipótesis, sólo contemplar sus dimensiones, su raro color, las marcas que el uso ha dejado grabadas en su portada y en sus esquinas. Mediada la segunda taza de café, abro las tapas marrones con manos temblorosas. En la primera página hay un dibujo: dos figuras de esquemática silueta gritan a ambos lados de una rueda con forma de estrella; otra figura, que aparece de espaldas, observa la escena y lanza una exclamación de sorpresa. Ningún comentario que aporte una pista, sólo algunos trazos de una simplicidad casi infantil subrayada por el empleo de tres globos de viñeta dibujados con prisa. Comienzo a pasar hojas y descubro que se trata de un cuaderno de notas, algunas de ellas encabezadas con fechas que comienzan en abril del 67, aproximadamente un mes después de que yo empezara a escribir en esta caravana los primeros capítulos de la biografía, las anotaciones diarias sobre la vida en [o detrás de] Big Pink y algunos apuntes para las historias sobre las despedidas. Me gusta su caligrafía, es lo primero que constato, y enseguida comprendo hasta qué punto me intriga y me inquieta conocer el contenido de estas páginas.
  
      Salgo a pasear hasta el arroyo, confiando en que el aire fresco consiga ahuyentar esta desazón. El cuaderno queda sobre mi cama. Sonrío al darme cuenta de que es casi del mismo color que la manta, sólo un poco más clara que la tinta empleada por Dylan en su escritura.





miércoles, 15 de octubre de 2014

Presente (I)



   


Nunca he vuelto a tenerlo tan cerca, nunca más conseguí hablar con él. Cuando publiqué el primer volumen de la biografía, uno de sus agentes me hizo saber que no le había desagradado, sin más. Esa escena de adiós en la parte de atrás de aquella casa rosa que acogió el mayor milagro del verano del 67 me ha acompañado durante toda mi vida como parte de la película de un sueño, como el sueño de una película que se cierra con una despedida perfecta. Había estado dándole vueltas a esa idea durante alguna de las noches en vela pasadas en la caravana, a veces hablando con Richard y a veces escribiendo historias brevísimas sobre distintas facetas del adiós -desde la desaparición hasta la ausencia, pasando por el olvido y aledaños- sin lograr más que anotar un repertorio exiguo de despedidas incompletas que iría ampliando con el paso de los años y -entonces no podía aún saberlo- la tenacidad de las pérdidas.

La manera que él eligió aquella mañana para saludarme al marchar mostraba que sí cabía la perfección en el acto de alejarse, y en un doble sentido: porque habría de ser definitivo y porque su despedida, cerrando aquella película onírica, había puesto en mis manos un regalo que me abría la puerta a inventar otra, otras, y yo sabría qué hacer con él -había dicho-.

Dylan estaba seguro.


sábado, 11 de octubre de 2014

Caravana (1)





- Vengo a despedirme, Nar. Me marcho a Nashville y supongo que no te encontraré al regresar, ya va haciendo frío para seguir durmiendo aquí fuera.

Me lo dice desde la escalera de mi caravana, el pie derecho en el tercer peldaño, el codo sobre la rodilla, la mano acariciando el ala del sombrero. No acepta entrar, tiene prisa, quiere compartir algo.

- Bueno, hemos hablado bastante durante estas últimas semanas, ¿no?, y tu presencia se me iba haciendo cada vez menos cuestionable. Al principio no me gustó tenerte aquí, ya lo sabes, y cuando descubrí tus motivos para merodear por Big Pink a punto estuve de echarte. Pero para cuando llegué a entenderlos ya te habías ganado mi respeto. Quédate con él y con esto.

Del bolsillo de la chaqueta saca un cuaderno de tapas marrones, me lo tiende con la mano izquierda y con media sonrisa.

- Tú sabrás qué hacer con él, seguro, los que escribimos somos expertos en reciclaje.

Levanta mínimamente su sombrero inclinando a la derecha la cabeza y se da media vuelta. Se está yendo, y la velocidad de las imágenes se ralentiza. Al comenzar a descender la pequeña cuesta le oigo decir:

- ¡Suerte!

Dylan se ha ido.