lunes, 17 de noviembre de 2014

Caravana (4) Mayo 1967




      Estoy escribiendo al sol, sobre la mesa que he colocado delante de la caravana. Intento terminar un artículo sobre el festival de Monterey: se acerca la fecha y todo el mundo especula sobre presencias y ausencias, previsiones de público y rumores varios, y la revista para la que trabajo me urge a entregar un texto que desvele todo lo posible al respecto. Haré lo que pueda; y si todo va bien por aquí, en Big Pink, quizá vuelva a cruzar el país una vez más en esta caravana para llegar a California a mediados de junio. Sería estupendo reencontrar a Janis allí.

     Levanto la vista de los papeles y veo llegar a Richard y a Garth cargados con paquetes y quinientas bolsas. Me saludan cuando ya vienen subiendo la pequeña cuesta que conduce a la entrada de la casa.
      - Hola, Nar. ¿En qué andas? -pregunta Garth, casi sin resuello.
    - Aquí, escribiendo. Aunque debería hacer como vosotros y bajar a la compra, porque me he quedado hasta sin café... -contesto apresuradamente, sin saber bien qué decir.
     - ¡Pues, si quieres, ven y pilla del nuestro, hemos traído un par de kilos! -grita Richard, mientras se pelea con los paquetes intentando abrir la puerta.
     - ¡No me lo digas dos veces! -respondo levantándome de un respingo.

      Les sigo al interior de la casa. Es la primera vez que entro, y noto que me tiemblan las piernas. Van dejando la carga repartida por el cuarto de estar, sobre los sofás y encima de la mesa situada ante el gran ventanal que mira hacia el bosque. Me llama la atención verla cubierta de papeles de diversos colores -algunos con notas manuscritas, otros mecanografiados-, entre ceniceros llenos y vacíos y unas cuantas armónicas, una de ellas dentro de su funda: un collage bajo el que imagino la firma de Dylan.
     - ¡Joder, cuántas cosas! Las botellas se pueden quedar por aquí, la comida mejor la ponemos en la cocina -propone Richard.
    Les ayudo a llevar hasta allí algunas bolsas, y por el camino voy anotando mentalmente detalles del interior: un perchero lleno de chaquetas, pañuelos y sombreros; guitarras y botas esparcidas por el suelo; espejos y dibujos de diferentes tamaños colgados en las paredes del pasillo, en el que veo varias puertas, alguna de ellas abierta. Ya en la cocina, lo primero que me sorprende es la sensación de „pulcritud“ -al tiempo que me choca que se me haya ocurrido pensar en una palabra tan rebuscada-. Quizá por eso hago un comentario idiota:
      - ¡Ni un plato sucio! Tendríais que ver el fregadero de mi caravana... ¿Cómo lo hacéis, siendo tantos?
      - Bueno, yo me ocupo de eso -murmura Garth, mientras va metiendo algunos cartones de leche en la nevera.
      - Y los demás colaboramos en lo que podemos para que esta cocina no parezca un puto quirófano, ¿a que sí, tío? -dice Richard, con una carcajada.
      - Cada uno aporta lo suyo -apuntilla Garth, mientras se marcha.

     Nos hemos quedado solos, y Richard me ofrece una cerveza mezclada con un bourbon y con una pregunta indirecta:
      - Rick nos ha comentado que te gustaría bajar alguna tarde al sótano a oírnos tocar.
   - Bueno, lo dejé caer por si colaba, y él propuso preguntaros qué os parece la idea...
    - Y lo ha hecho, creo que a él le mola. Yo también dije que vale -casi no te conozco, pero me caes bien-. Robbie se calló, y Garth no estaba. Dylan hizo dos o tres preguntas al respecto, y luego cambió de tema, ya sabes...
     - O sea, que...
  - O sea, que aunque Big Pink no es exactamente una república democrática, las decisiones las solemos tomar en común, de manera que habrá que tener calma. Esto se va moviendo cada día, ¿sabes?, cada vez nos lo pasamos mejor, y no sé si todos están dispuestos a compartir eso con el pájaro raro que tenemos anidando en una caravana de la hostia aparcada detrás de la casa.
   - Bueno, a veces los pájaros raros acaban volando todos en la misma dirección. Y ya que hablamos de lo raro..., ¿te puedo preguntar una cosa?
     - Dispara.
     - ¿Qué es eso que llevas colgado al cuello? Se parece mucho a esto mío, mira...
     - Mmm... Mejor lo hablamos otro día.
     - Vale, ya lo pillo. Me voy.

      Apuro el bourbon y salgo de la cocina. Él se queda terminando el suyo. Al recorrer el pasillo hacia la salida, me detengo ante la puerta que lleva al sótano. Está entreabierta. Veo una escalera descendente bastante empinada, algo de luz al fondo. No sé cuánto tiempo he pasado mirando aquello cuando escucho la voz de Richard, a mi derecha:
    - Estamos calentando motores, Nar. Tendrás que esperar, pero valdrá la pena.

      Seguro que sí. Estoy esperando.





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