miércoles, 26 de noviembre de 2014

Presente (V)




    Estaba esperando. Estuve esperando varios días, muchos, no sé cuántos. Desde mi caravana les veía entrar y salir de la casa, abrir las ventanas a mediodía y encender las luces al caer la tarde. Dylan llegaba en su coche y casi siempre se quedaba un buen rato en el cuarto de estar, escribiendo a máquina. Luego bajaba al sótano con los demás y yo les escuchaba tocar desde el exterior, sentándome bajo las ventanas de la parte derecha de la casa. El sonido que salía a través de ellas tenía el aliento de un ser vivo, el olor de una planta bajo el agua y el fluir de esos pasos de baile ejecutados hacia adelante, hacia atrás y en lateral. Cinco músicos disfrutando juntos su mayor conquista: detener el tiempo. Nada más, nadie más; sólo yo, invisible al otro lado, escuchando y esperando.

      Ahora, casi cinco décadas después, me coloco de este lado para contarlo. La memoria de la expectación ilusionada de aquellos días me devuelve una sensación de vida que se ha ido difuminando con el paso de los años y lo ineludible de las pérdidas. Sobre mi escritorio, el cuaderno marrón que Dylan me regaló la última vez que lo vi en Big Pink. Lo abro al azar -una hoja doblada, sólo dos líneas separadas por un abismo de página en blanco:

                    I know it because it was there.
 
               But I'm not there, I'm gone ...
 
 
 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Caravana (4) Mayo 1967




      Estoy escribiendo al sol, sobre la mesa que he colocado delante de la caravana. Intento terminar un artículo sobre el festival de Monterey: se acerca la fecha y todo el mundo especula sobre presencias y ausencias, previsiones de público y rumores varios, y la revista para la que trabajo me urge a entregar un texto que desvele todo lo posible al respecto. Haré lo que pueda; y si todo va bien por aquí, en Big Pink, quizá vuelva a cruzar el país una vez más en esta caravana para llegar a California a mediados de junio. Sería estupendo reencontrar a Janis allí.

     Levanto la vista de los papeles y veo llegar a Richard y a Garth cargados con paquetes y quinientas bolsas. Me saludan cuando ya vienen subiendo la pequeña cuesta que conduce a la entrada de la casa.
      - Hola, Nar. ¿En qué andas? -pregunta Garth, casi sin resuello.
    - Aquí, escribiendo. Aunque debería hacer como vosotros y bajar a la compra, porque me he quedado hasta sin café... -contesto apresuradamente, sin saber bien qué decir.
     - ¡Pues, si quieres, ven y pilla del nuestro, hemos traído un par de kilos! -grita Richard, mientras se pelea con los paquetes intentando abrir la puerta.
     - ¡No me lo digas dos veces! -respondo levantándome de un respingo.

      Les sigo al interior de la casa. Es la primera vez que entro, y noto que me tiemblan las piernas. Van dejando la carga repartida por el cuarto de estar, sobre los sofás y encima de la mesa situada ante el gran ventanal que mira hacia el bosque. Me llama la atención verla cubierta de papeles de diversos colores -algunos con notas manuscritas, otros mecanografiados-, entre ceniceros llenos y vacíos y unas cuantas armónicas, una de ellas dentro de su funda: un collage bajo el que imagino la firma de Dylan.
     - ¡Joder, cuántas cosas! Las botellas se pueden quedar por aquí, la comida mejor la ponemos en la cocina -propone Richard.
    Les ayudo a llevar hasta allí algunas bolsas, y por el camino voy anotando mentalmente detalles del interior: un perchero lleno de chaquetas, pañuelos y sombreros; guitarras y botas esparcidas por el suelo; espejos y dibujos de diferentes tamaños colgados en las paredes del pasillo, en el que veo varias puertas, alguna de ellas abierta. Ya en la cocina, lo primero que me sorprende es la sensación de „pulcritud“ -al tiempo que me choca que se me haya ocurrido pensar en una palabra tan rebuscada-. Quizá por eso hago un comentario idiota:
      - ¡Ni un plato sucio! Tendríais que ver el fregadero de mi caravana... ¿Cómo lo hacéis, siendo tantos?
      - Bueno, yo me ocupo de eso -murmura Garth, mientras va metiendo algunos cartones de leche en la nevera.
      - Y los demás colaboramos en lo que podemos para que esta cocina no parezca un puto quirófano, ¿a que sí, tío? -dice Richard, con una carcajada.
      - Cada uno aporta lo suyo -apuntilla Garth, mientras se marcha.

     Nos hemos quedado solos, y Richard me ofrece una cerveza mezclada con un bourbon y con una pregunta indirecta:
      - Rick nos ha comentado que te gustaría bajar alguna tarde al sótano a oírnos tocar.
   - Bueno, lo dejé caer por si colaba, y él propuso preguntaros qué os parece la idea...
    - Y lo ha hecho, creo que a él le mola. Yo también dije que vale -casi no te conozco, pero me caes bien-. Robbie se calló, y Garth no estaba. Dylan hizo dos o tres preguntas al respecto, y luego cambió de tema, ya sabes...
     - O sea, que...
  - O sea, que aunque Big Pink no es exactamente una república democrática, las decisiones las solemos tomar en común, de manera que habrá que tener calma. Esto se va moviendo cada día, ¿sabes?, cada vez nos lo pasamos mejor, y no sé si todos están dispuestos a compartir eso con el pájaro raro que tenemos anidando en una caravana de la hostia aparcada detrás de la casa.
   - Bueno, a veces los pájaros raros acaban volando todos en la misma dirección. Y ya que hablamos de lo raro..., ¿te puedo preguntar una cosa?
     - Dispara.
     - ¿Qué es eso que llevas colgado al cuello? Se parece mucho a esto mío, mira...
     - Mmm... Mejor lo hablamos otro día.
     - Vale, ya lo pillo. Me voy.

      Apuro el bourbon y salgo de la cocina. Él se queda terminando el suyo. Al recorrer el pasillo hacia la salida, me detengo ante la puerta que lleva al sótano. Está entreabierta. Veo una escalera descendente bastante empinada, algo de luz al fondo. No sé cuánto tiempo he pasado mirando aquello cuando escucho la voz de Richard, a mi derecha:
    - Estamos calentando motores, Nar. Tendrás que esperar, pero valdrá la pena.

      Seguro que sí. Estoy esperando.





miércoles, 12 de noviembre de 2014

Caravana (3) Mayo 1967



 


Al regresar de uno de mis habituales paseos hasta el arroyo, encuentro a Rick sentado en la escalera de la caravana. Está cantando una canción que no conozco, no me ha oído llegar y yo espero a que termine para empezar a aplaudir.

- ¡Bravo!
- Hola, Nar. Me he venido aquí un rato con la guitarra, me gusta ver cómo da el sol a estas horas en la parte de atrás de la casa. Ya me iba ...

Le ofrezco un café, y cuando entro a prepararlo me sigue y se queda de pie junto a las estanterías, curioseando. Ha dejado su guitarra al sol.

- Mucho papel para un sitio tan pequeño -comenta.
- Bueno, es mi mundo. Los músicos vivís entre instrumentos, y quienes escribimos tendemos a acumular libros y cuadernos. Será porque nos gusta rodearnos de objetos con los que podamos llevarnos bien.
- Sí, supongo, aunque eso a veces hay que currárselo. Ayer bajamos la batería y el piano, ocupaban mucho espacio arriba, y además le estamos cogiendo el gusto a tocar en el sótano, aunque lo tenga todo en contra para sonar bien: paredes de bloques de hormigón y suelo de cemento, el lote completo de un puto garaje, más una caldera de acero que hace un ruido de la hostia. Se nos ha ocurrido poner una alfombra, por probar. Si no sirve de nada, por lo menos hará que Hamlet se sienta más cómodo, como dice Dylan.
- Tengo la impresión de que últimamente está viniendo a veros cada vez con más frecuencia.
- Sí, es verdad, dice que le gusta esta casa rosa y en lo que la estamos convirtiendo... Además, tocar juntos en la suya resulta más complicado, sobre todo con los niños alrededor.
- ¿Crees que podría bajar a escucharos algún rato? Suelo hacerlo desde el exterior, pero sería estupendo sentarme alguna tarde en una esquina del sótano...
- Por mí no hay problema, pero no sé qué dirían Dylan y Robbie. Si quieres, les puedo preguntar.
- No sabes cuánto te lo agradecería. Prometo no molestar.
- Ya te diré algo. Ahora me piro. Gracias por el café.
- Oye, ¿qué es lo que estabas tocando cuando llegué?
- Una canción a la que ando dándole vueltas, no está terminada. Tiene que ver con el cansancio de esperar, o algo así. ¿Te ha gustado?
- Mucho, Rick. Yo sé bien qué es la impaciencia.
Me dices algo pronto, ¿vale?










jueves, 6 de noviembre de 2014

Presente (IV) – Cifras, pájaros





 
                                                            Lo que habría de venir
                                                                     ya ha llegado.

En esas diez palabras que Dylan dejó anotadas en su cuaderno aquel primer martes de abril del 67 quedaba formulada una intuición cuyas esquinas se han ido redondeando con el paso de los años.

Ahora, diecisiete mil trescientos ochenta días después, en una fecha capicúa de cuatros y de unos, una colección de ciento treinta y ocho canciones nos alcanza como una bandada de aves de otro mundo que iniciaron su vuelo ajenas al destino, a cualquier meta. Algunas se quedaron por el camino, otras quizá lleguen más tarde.

De una en una, brillan; todas juntas, resplandecen.

Desde la ausencia de propósito, Dylan presagió que esa alegría de canciones interpretadas en corro, aquel ambiente de camaradas y bosques ajenos al aplauso y a la prisa darían también frutos futuros.

Como sus sueños y los míos.





martes, 4 de noviembre de 2014

domingo, 2 de noviembre de 2014

Back pages – Cuaderno marrón (b) : 2.4.1967, domingo




  
Hemos estado tocando más de dos horas.

Ríos,
colinas de México,
barcos balleneros,
Williams, Mayfield, Woody
- humo y botellas de seis colores;
improvisamos,
voy sugiriendo melodías
y ellos me siguen.

Nos divertimos.

No vamos a ninguna parte
- ni tú tampoco- ;
de todos modos,
esto va a seguir creciendo
en alguna dirección.

Ser fiel a uno mismo,
de eso se trata
- supongo.