jueves, 23 de abril de 2015

Caravana (12) Mediados de junio 1967






     He salido del sótano y me he sentado en las escaleras de la caravana a intentar digerir lo vivido durante las últimas horas. Una luna enorme y amarilla se eleva sobre Overlook, ofreciendo a la montaña una apariencia de animal tendido a sus pies.

      En mis oídos resuenan los acordes de Waltzing with Sin: la tocaron como a mitad de sesión, dos veces seguidas sin pausa, y por momentos -lo pienso ahora, no lo percibí entonces- la voz de Dylan sonaba con un magnífico aplomo un tanto estrafalario en alguien que acaba de cumplir veintiséis años. En mis ojos han quedado talladas una serie de imágenes de hombres e instrumentos ensamblados en una camaradería que anula el mundo exterior a ese sótano, convertido por su música en un submarino sónico navegando en las aguas del júbilo. Yo he pasado allí un par de horas hipnóticas, acabo de emerger -quizá por eso me desbordan las esdrújulas-, y mi respiración aún no se ha recuperado del todo cuando escucho a mis espaldas la voz de Richard:

      - Buenas noches, Nar. ¿Que tal el viaje de hoy?
      - ¡Hola, Richard! Ha sido fabuloso. Sólo faltabas tú …
     - Bueno, me quedé arriba, durmiendo, y luego he salido al bosque a darle vueltas a mi „Upstairs, Downstairs“, ya sabes ...
      - ¿Y cómo va la letra?
    - Regular. Es difícil poner en palabras esa imagen de la incertidumbre de la que te hablaba el otro día: Dylan subiendo y bajando, y a veces como suspendido entre niveles ... Una forma suya de flotar a la que los demás sólo conseguimos aproximarnos a veces en los sueños ... Saca una guitarra, anda.
      - Vale. ¿Te apetece tomar algo?
     - Ya voy yo a por una botella y algo de papel. Vuelvo enseguida.

      Caminando con el paso a la vez inestable y ágil de sus pies descalzos, entra en la casa y regresa con una botella ambarina decorada con una cinta roja.
     - Aquí está la guitarra -le digo, tendiéndosela, al tiempo que él me pasa la botella.
      - Grand Marnier. ¿Te gusta?
      - No sé, no lo he probado nunca.
     - Pues a partir de este momento siempre estarás en deuda conmigo, ya verás -dice con convicción y cierta sorna, mientras comienza a rasguear la guitarra.

      Entro en la caravana y saco mis dos mejores copas y un poco de hielo.

      - Sírvelo tal cual, está mejor del tiempo.

    Así lo hago. Él coge su copa, se queda un momento mirándola y luego la levanta y propone un brindis:

     - ¡Por „Nar de la Caravana“, visitante casual de un sótano surreal!

     Nos reímos juntos antes de dar el primer sorbo, que me dispara en la boca una esencia densa y amarga de naranjas de otro mundo.

      - ¡Joder, qué bueno está esto! -exclamo con sorpresa.
      - Ya te lo advertí, siempre me lo agradecerás -dice apurando su vaso, sonriente. Y ahora, escucha: „Upstairs, downstairs“, versión tropecientos.

      Los cinco acordes de la interpretación que le escuché hace unos días se han adornado con arpegios y algún cambio de ritmo; el texto se ha ido concretando en torno a un estribillo que hace sonar los matices más azules de su voz. Al terminar, se queda mirando la luna, que ya ha ascendido un breve trecho sobre la montaña. No me atrevo a romper el silencio, sirvo un poco más de licor y espero a que él regrese. Cuando lo hace, enciende algo de fumar. La llama de la cerilla esclarece sus ojos sin fondo. Tras un par de caladas, eludiendo comentarios sobre su canción, me sorprende una vez más con un giro inesperado:

      - Eso que llevas al cuello, Nar ... Tenías razón, es verdad que se parece a lo mío -dice mientras se sirve otro vaso.

     Necesito unos segundos para articular una respuesta tajante envuelta en un tono benigno:

     - Disculpa, pero esta vez soy yo quien no quiere hablar de ello. No es el momento, ¿sabes?
    - No pasa nada. Lo entiendo. Mejor compartir lo bueno, ¿verdad? -dice ofreciéndome fuego y un vaso casi lleno de ese licor anaranjado y afable que -ya lo intuyo- siempre me sabrá a la añoranza de una noche como ésta.






jueves, 16 de abril de 2015

Caravana (11) Mediados de junio 1967






        Mi primera sesión termina con Bells of Rhymney. He permanecido todo el tiempo inmóvil en una esquina, mi concentración multiplicada por cuatro -dos ojos y dos oídos solidarios con esa grabadora custodia de un tesoro-, y así sigo cuando Dylan decide dar por terminada la velada.

      - Lo dejamos por hoy -dice mirando a Garth, mientras se descuelga la guitarra-. Bien ese bajo, Rick. Y tú qué, Nar, ¿cómo lo has llevado?
     - ¡Disfrutando de principio a fin! ¡Vaya viaje, del Big River a Gales, pasando por una prisión de California! Gracias por dejarme compartirlo.
    - Prefiero no tener público en el sótano, pero si prometes seguir portándote así de bien quizá puedas volver a bajar alguna que otra vez. Richard me ha contado que haces muy buenas fotos, y por tu acento supongo que has viajado desde muy lejos para llegar hasta aquí en esa caravana que brilla con el sol por las tardes. A lo mejor también tú tienes algo interesante que compartir ...
      - Bueno, ojalá …

      Sin esperar el final de mi frase, me lanza media sonrisa al tiempo que, poniéndose el sombrero, comienza a subir la escalera. Se detiene en el penúltimo peldaño, con una pregunta dirigida a la banda:

     - ¿Qué os parece si un día de estos nos ponemos con Badger Clark, tíos?
      - ¡Mola! - responde Rick mientras enciende un cigarro.
      - A Levon le encantaría - comenta Robbie.
     - Supongo … No está mal echarse de menos, a veces -concluye Dylan, que ya desaparece en la vertical de la escalera, rematada por la oscuridad de la noche.