viernes, 22 de julio de 2016

Presente (XII) Reliquias de una apuesta (1)









         En mitad de esta noche de verano, una caja grande y redonda me está interpelando desde la mesa. Lleva un buen rato abierta, rebosando fotos y reflejando mi cabeza ladeada en el espejo interior de la tapa. Esta imagen con chistera y ojos entrecerrados vuelve a contarme la historia de aquella noche de julio del 67 en la que -sin llegar a creérmelo del todo- tuve la mala fortuna de ganarle una apuesta a Dylan.

       Eran días de mucho calor, y por la mañana nos habíamos estado bañando en uno de los arroyos cercanos a Big Pink. Fuimos un grupo de seis o siete, recuerdo a una chica rubia y a alguien que llevaba una cámara. Hamlet se vino con nosotros y Rick estuvo jugando con él, al final acabó tirándose al agua con su camiseta de rayas, feliz como un niño pequeño, le hicieron unas fotos fantásticas. Richard prefirió quedarse en casa a esperar a Dylan, iban a revisar un tema al piano. No hubo manera de convencerle para que nos acompañara, esa canción le importaba más que cualquier otra cosa por aquellos días. Se iba a titular Tears of Rage, dijo.

       Al regresar a Big Pink por la tarde, estuve durmiendo un rato en la caravana. El olor a leña quemada me sacó de un sueño de desiertos. Salí y vi a Garth encendiendo una hoguera a pocos metros.

       - ¿Qué tal la siesta, Nar? -me preguntó sonriendo-. Mira, estoy a punto de cumplir treinta tacos y se me ha ocurrido montar algo aquí fuera esta noche, con alguna gente. A Dylan le parece bien. Si te apetece invitar a alguien, puedes llamar desde aquí...
       - Vale, voy a ver. Si hace falta algo, dímelo -ayer fui a comprar y tengo las reservas a tope.
       - Gracias, seguro que nos vendrán bien.

      Me senté a fumar en las escaleras de la caravana y estuve un rato pensando a quién avisar. Luego entré en la casa e hice un par de llamadas. Simone estaba en su granja de Woodstock y Ash pasaba una temporada en Zena, con unos amigos. La invitación les sorprendió, pero al asegurarles que era idea de Garth -con el OK de Dylan- se apuntaron enseguida, prometiendo traer „provisiones diversas“.

      - ¿De qué te reías tanto? -escuché a Richard preguntar a mi espalda mientras colgaba el teléfono. Su voz sonaba como empañada.
      - Nada, estaba invitando a unos amigos a pasarse por aquí esta noche, me lo acaba de proponer Garth...
      - Ah, ¿sí? Pues ni putas ganas tengo yo hoy de que se nos llene esto de gente, ¿sabes?
      - ¿Pasa algo?
    - ¡Pasa que Dylan me ha vuelto a dejar colgado, joder! No ha aparecido por aquí en todo el día y teníamos que terminar esa canción... Y es urgente, al menos para mí.
      - Vaya... A lo mejor aparece más tarde, ¿no?
     - A lo mejor. Pero „más tarde“ nunca es „a tiempo“. Él debería saberlo.

      Me dejó sin saber qué decir, dándome la espalda mientras encendía un cigarro. Entendí que quería quedarse solo. Le puse una mano en el hombro, muy brevemente, y en silencio volví a la caravana.

      La tarde iba cayendo y la gente llegando poco a poco. Yo apenas conocía a nadie y preferí evadir las presentaciones, dedicándome a observar mientras ayudaba a Garth a mantener el fuego en espera de que aparecieran Ash y Simone. Rick salió por la puerta de la cocina haciendo equilibrios para no dejar caer los hielos que desbordaban una enorme cubitera de cristal y enseguida empezó a saludar a todo el mundo, entre abrazos y risas cómplices: chicas con melenas a juego con los colores de sus vestidos y tipos con botellas en las manos y gafas de espejos anaranjados que poco a poco iban olvidando junto a los vasos vacíos y los ceniceros llenos. Uno de los hombres, que llegó solo y no se unió a ninguno de los pequeños grupos que se habían ido formando, llamó mi atención: llevaba un sombrero extemporáneo en aquel ambiente de sol cada vez más tenue y voces cada vez más animadas. Ni siquiera se lo quitó cuando, una tras otra, las voces se fueron apagando ante el sonido que comenzaba a salir del interior de la casa. Richard estaba abriendo las ventanas del salón, colocando ante ellas dos altavoces de los que surgió una música que petrificó la escena. Una panda de roqueros tripulaba una nave rumbo a lo desconocido: instrumentos en caída libre y experimentos vocales entre la broma y el quejido.

 
Tell ev’rybody
Down in ol’ Frisco
That Tiny Montgomery’s comin’
Down to say hello !!!!